Escritos de los emigrantes pioneros
Los primeros puertorriqueños que escribieron sobre la vida en Estados Unidos fueron exiliados políticos de la lucha de independencia contra España, quienes vinieron a Nueva York en las últimas décadas del siglo XIX para escapar de las autoridades coloniales. Algunos de los más prominentes líderes intelectuales y revolucionarios, tales como Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Lola Rodríguez de Tió y Sotero Figueroa, pasaron temporadas en Nueva York, donde junto a otros compañeros exiliados de Cuba trazaron la ruta para liberar a sus respectivos países del régimen español. Los nobles ideales de “unidad antillana” encontraron expresión concreta en la fundación del Partido Revolucionario Cubano-Puertorriqueño bajo el liderato del patriota cubano José Martí. Esta comunidad temprana se componía mayormente de la élite radical patriota, pero aun entonces había una base sólida de artesanos y trabajadores, quienes apoyaron las actividades organizacionales. Merece destacarse el hecho de que Arturo Alfonso Schomburg fue uno de esos primeros emigrantes puertorriqueños que se establecieron en Nueva York, donde ayudó a fundar el Club Dos Antillas y pasó a ser posteriormente un experto en todo lo relacionado con la experiencia africana.
Los escritos que contienen los testimonios y las impresiones sobre estos años en Nueva York están dispersos en diarios, correspondencia y a menudo en los periódicos revolucionarios de corta duración. Quizás el texto más extenso y revelador que se haya descubierto hasta la fecha es el artículo personal del poeta puertorriqueño y mártir revolucionario Francisco Gonzalo Marín. “Pachín” Marín, un tipógrafo de profesión que murió combatiendo en las montañas de Cuba, es una figura prominente en la historia de la poesía puertorriqueña. En “Nueva York por dentro: Una faz de su vida bohemia” nos ofrece una aguda reflexión crítica sobre Nueva York, según la experiencia de un emigrante puertorriqueño, indigente pero esperanzado.
Escritos como los de “Pachín” Marín y algunos pasajes de los diarios y la correspondencia de Hostos y otros escritores demuestran una gran capacidad profética a juzgar por el desarrollo histórico y literario que se dio posteriormente. En términos de ensayar una historia de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos ellos aportaron una perspectiva de valor incalculable y una visión anticipada de los acontecimientos del 1898. Cuando se leen junto a los ensayos y viñetas de José Martí en Nueva York y en Estados Unidos, estos materiales revelan la visión que tenían sobre la sociedad estadounidense en aquellos tiempos, estos escritores e intelectuales caribeños. Mohr fija los orígenes de la experiencia nuyorican en la llegada de Bernardo Vega a Nueva York en el 1916, según éste lo relata en el primer capítulo de sus memorias. Memorias de Bemardo Vega es un punto de partida lógico, puesto que es una crónica de la comunidad puertorriqueña desde los orígenes más lejanos, pero el libro se escribió a finales de la década de 1940 y no se publicó hasta el 1977. (La traducción al inglés apareció en 1984). A pesar de la publicación tardía del libro, no hay duda de que Bernardo Vega fue uno de los pioneros; él y su obra representan el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial (1917-1945). Fue testigo del crecimiento y la consolidación de la comunidad emigrante, luego de que se le impusiera la ciudadanía a los puertorriqueños en 1917 mediante la Ley Jones y antes de la emigración masiva de 1945.
En contraste con los exiliados políticos y con otros visitantes temporeros u ocasionales a Nueva York, Bernardo Vega era, en palabras de Mohr, un “proto-Nuyorican”. Es decir, aunque regresó a Puerto Rico eventualmente, ya de edad avanzada, y vivió allí desde fines de la década del 50 hasta su muerte en los años 60, Vega fue de los primeros puertorriqueños que escribió sobre Nueva York como alguien que había venido para quedarse.
La literatura puertorriqueña de esta primera etapa exhibió muchas de las características de la literatura de emigrantes a medida que la comunidad, relativamente pequeña todavía, se iba asemejando a los grupos emigrantes anteriores en cuanto a estatus social, esperanzas de progresar y participación cívica. Los escritos que se publicaban eran básicamente de tipo periodístico y autobiográfico: viñetas personales y anecdóticas, chistes y relatos que aparecían en los muchos periódicos y revistas en español que surgieron y murieron a través de los años. Es una literatura testimonial y en primera persona; los recién llegados describen en su lengua materna, los cambios abruptos y los primeros ajustes en el nuevo medio según los van padeciendo.
Sin embargo, en aquel entonces era difícil establecer una analogía con la experiencia del emigrante europeo. La diferencia más importante que ha condicionado esta migración y su proceso de establecerse en la metrópoli es la continuada relación colonial entre Puerto Rico y Estados Unidos. Los puertorriqueños llegaron a Estados Unidos como extranjeros nacionales–un hecho que la ciudadanía estadounidense tiende a oscurecer–. La literatura testimonial y periodística de ese primer periodo es evidencia de que los puertorriqueños que entraban a Estados Unidos, incluso los más deslumbrados por la ilusión del éxito y la fortuna, tendían a estar concientes del estatus discordante y poco ventajoso de Puerto Rico.
Por esa razón la preocupación por la patria y el apego a las tradiciones y a la cultura nacional permanecieron muy vigentes, del mismo modo que también perduró su sentido de vulnerabilidad social en Estados Unidos. El discrimen de que eran víctimas los recién llegados se agudizó por el prejuicio racial y cultural, según lo señala en forma conmovedora el escritor puertorriqueño negroy líder político Jesús Colón, en su libro de viñetas autobiográficas de esas primeras décadas titulado A Puerto Rican in New York(1961). En esos dos sentidos–sus fuertes raíces dentro de una herencia cultural definida y, la necesidad de mantenerse alertas para resistir la desigualdad social la escritura puertorriqueña en Estados Unidos debe leerse, aún en esta primera etapa testimonial, como una literatura colonial. Su compleja problemática la acerca más a la literatura minoritaria de grupos oprimidos que a los objetivos y la práctica literaria de los emigrantes étnicos.
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