Las décadas de 1950 y 60
Las dos décadas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial fueron testigos de la industrialización rápida de Puerto Rico bajo el programa Manos a la Obra y cientos de miles de trabajadores puertorriqueños emigraron a Nueva York y a otras ciudades de Estados Unidos. La avalancha de familias recién llegadas, que componían una parte significativa del proletariado agrícola del país, cambió drásticamente el carácter de la comunidad emigrante puertorriqueña y la distanció aún más de las inmigraciones anteriores que Estados Unidos había conocido. El llamado“problema puertorriqueño” cobró una importancia como nunca antes para la sociedad estadounidense oficial, junto con los problemas de drogadicción, criminalidad y la penetración de las fuerzas del crimen en los atestados vecindarios puertorriqueños que ya existían. Esta explosiva situación fue la que trató de suavizar West Side Story, obra escrita y puesta en escena a mediados de la década del 50. Lamentablemente la obra tuvo el efecto contrario al reforzar algunos de los estereotipos más arraigados en la cultura dominante. Hay que decir lo mismo del libro La vida (1965), de Oscar Lewis y su negativa percepción de la cultura de la pobreza.
Fue en esta época y por estas mismas condiciones que la emigración y la comunidad de emigrantes puertorriqueños en Estados Unidos llegaron a convertirse en temas básicos de la literatura nacional puertorriqueña. Para mediados de siglo, a tono con el cambio de enfoque más general de lo rural hacia lo urbano, la atención de los escritores de la Isla se concentró en la realidad de la emigración masiva y del barrio de emigrantes. Muchos autores como René Marqués, Enrique Laguerre, José Luis González y Emilio Díaz Valcárcel vinieron acá durante esos años para observar la situación de cerca, mientras que un escritor que años más tarde se identificó con la literatura de la Isla como Pedro Juan Soto, padeció directamente la experiencia de la emigración. El resultado fue una profusión de obras de narrativa y de teatro, todas publicadas en la década del 50 y los primeros años del 60, algunas de las cuales se consideran todavía como representaciones fundamentales de la vida puertorriqueña en Estados Unidos.
A pesar del mérito artístico innegable de estas obras-se destacan los cuentos de José Luis González, Spiks de Pedro Juan Soto, y por razones históricas La carreta, de René Marqués que es claramente una literatura sobre los puertorriqueños en Estados Unidos más que de la comunidad puertorriqueña en EE.UU. Pero a pesar de los problemas señalados esas “perspectivas desde una isla” siguen siendo con todo derecho algunas de las obras mejor conocidas de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos y la postura crítica de sus autores generalmente refuerza su impacto literario. La penosa situación de los puertorriqueños que han vivido en Estados Unidos se la atribuyen al estatus colonial de Puerto Rico en su mayoría, sin olvidar el prejuicio racial y la diferencia climática e idomática.
Durante la década del 50 también existió una “visión desde adentro” de la comunidad puertorriqueña; una literatura mucho menos conocida, escrita por los puertorriqueños que siempre estuvieron en EE.UU y quienes, con cariño o sin él, consideraban el Barrio como su hogar. Bernardo Vega y Jesús Colón en las Memorias y A Puerto Rican in New York relatan la llegada y la radicalización de los puertorriqueños a través de las décadas. También había un número de poetas puertorriqueños que vivía hacía tiempo en la ciudad de Nueva York y que para los años 50 comenzó a considerarse como una voz distinta dentro de la poesía nacional. Entre éstos se encontraban Juan Avilés, Emilio Delgado, Clemente Soto Vélez, Pedro Carrasquillo, Jorge Brandon y José Dávila Semprit. Julia de Burgos, considerada por muchos la principal poeta de Puerto Rico, también integró este grupo para los años 40. El poco material que hay disponible demuestra que se trataba de una poesía convencional en el idioma español con poca referencia a la emigración o a la vida en Nueva York y mucho menos precursora de la compleja situación bilingüe de la generación que le siguió. Mientras tanto es importante mencionar a Pedro Carrasquillo por sus décimas populares sobre un jíbaro en Nueva York, a Dávila Semprit por su vigorosa poesía política y a Soto Vélez y a Brandon por el ejemplo que le dieron a tantos poetas jóvenes.
Quizás el mejor ejemplo de literatura escrita desde dentro de la comunidad a mediados de siglo lo constituye la novela Trópico en Manhattan (1960) de Guillermo Cotto-Thorner. Es impresionante el contraste con los autores de la Isla en cuanto a la forma de abordar la experiencia del emigrante. La descripción del choque inicial producido por la llegada y las adaptaciones al nuevo medio hacen que la novela cobre profundidad histórica. Al contexto interpersonal y social más elaborado se le añaden los traumas y las tribulaciones personales. La prueba de la inmersión del autor en la comunidad y de su compromiso con ésta la constituye el lenguaje. El español de Trópico en Manhattan está salpicado con neologismos de varios tipos, especialmente en algunos diálogos, y al final del libro se añade un glosario que comprende lo que Cotto-Thorner llama “Neorkismos”
El contraste entre las visiones de los observadores y los que participan en la creación de la literatura puertorriqueña de este periodo no se refleja tanto en la calidad literaria, como en el desarrollo histórico de la obra de los escritores. Una novela comoTrópico en Manhattan puede que no supere en calidad los cuentos de José Luis González y Pedro Juan Soto, pero revela con mayor propiedad y precisión las contradicciones sociales dentro de la comunidad y provee un sentido de proceso y duración épica. En términos de historia literaria esa novela relativamente desconocida, con su temprana sensibilidad hacia los “Neorkismos”, puede prefigurar más acertadamente la voz y el punto de vista Nuyorican que lo que pudiera hacerlo La carreta, o incluso, Spiks.
Jaime Carrero es otro autor isleño de transición durante el periodo 1945-65 quien también intenta establecer que el contraste entre los de afuera y los de adentro tiene que ver más con su perspectiva cultural que con el lugar donde residen. Carrero, cuyo volumen de poesía bilingüe Jet Neorriqueño: Neo-Rican Jet Liner (1964) anticipó la llegada de la literatura Nuyorican en Nueva York es residente de la Isla y ha estado en Nueva York de visita y para hacer estudios universitarios. Como señala Eugene Mohr, lo que separa a Carrero de otros escritores de la Isla es “el continuado interés en el problema colonial y su adhesión al punto de vista nuyorriqueño”.
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