Diáspora Puertorriqueña
Blog con el propósito de informar a los puertorriqueños y otras personas de todo el mundo sobre esta importante época en la historia de Puerto Rico.
7 abr 2013
9 mar 2013
Literatura de la diáspora
Desde sus comienzos, la literatura de la diáspora marca un sentido de necesidad de reconocimiento de un grupo de puertorriqueños que, aunque no eran nacidos propiamente en nuestra isla, tomaban el nombre de ‘puertorriqueños’ como símbolo de identificación cultural y social. La diáspora se nos presenta en un escenario en particular. La emigración masiva que sufre Puerto Rico en los 40-50 trae como efecto miles de infantes nacidos en una nación foránea a la de sus padres, tratando de balancear el ser norteamericano y ser puertorriqueño, toda la marginación que traía el ser un intermedio entre dos mundos totalmente paralelos . Dentro de la época también debemos reconocer la marginalización social que sufrían los puertorriqueños, los famosos “spiks”, por su manera de pronunciar la palabra “speak” al referirse que no tenían vastos conocimientos del idioma inglés. Todos los malos tratos y desprecios que sufrían los “spiks” no los comunican a través de su literatura, refugiándose detrás del orgullo que le traía el ser puertorriqueño y también dejándonos saber que se sentían identificados con ser de nuestra isla. La literatura de la diáspora, entre sus temas principales, nos habla sobre la situación social y económica del puertorriqueño en los Estados Unidos. También se ve el vacío que encuentran nuestros escritores al no sentirse aceptados totalmente por ninguna de las dos culturas y dentro de esa literatura demostrarla como una manera de escaparse de las opresiones que traía el ser diferente. La literatura lleva consigo todos los costumbrismos “nuyorican” con los cuales vivían aquellos puertorriqueños y su manera propia de escribir conocido como el spanglish entre muchos otros símbolos propios del “nuyorican”.
8 mar 2013
Etapas de la diáspora
Luego de más de un siglo de intensa asociación económica y política, de continuas declaraciones oficiales sobre parentesco cultural y de la importación masiva de casi la mitad de los puertorriqueños a Estados Unidos, la literatura puertorriqueña todavía es desconocida entre la mayoría de los lectores y estudiantes de literatura estadounidense. Los escritores más destacados aún se desconocen y, con algunas excepciones, tampoco han sido traducidos. Existen pocas antologías en inglés y las que hay no son sistemáticas; y todavía no se ha preparado una sola historia o antología de la literatura puertorriqueña en inglés. Inclusive los escritos de los puertorriqueños que viven en Estados Unidos, publicados mayormente en inglés, y que describen la vida en este país, se han mantenido al margen de cualquier canon literario.
No fue hasta finales de la década de 1960, cuando emergieron en el panorama de la literatura estadounidense, voces característicamente “Nuyorican”, que se comenzó hablar de una literatura puertorriqueña emanada de la vida en este país. Se asumía que estos recién llegados, muchos de los cuales carecían de las destrezas básicas de la alfabetización en español o en inglés, estaban todavía inmersos en el síndrome del emigrante. Peor aún, se pensaba que estarían languideciendo en lo que Oscar Lewis llamó la “cultura de la pobreza”. Pero en libros como el de Piri Thomas, Down These Mean Streets (1967) y el de Pedro Pietri, Puerto Rican Obituary (1973), surgió una literatura de puertorriqueños en inglés que estaba decididamente en--y contra--la corriente estadounidense.
Este ímpetu inicial se ha convertido desde entonces en un movimiento literario coherente y variado, de manera que desde la pasada década las obras de los llamados escritores nuyorican son una corriente identificable en la literatura estadounidense. El hecho de que este movimiento esté relacionado con la literatura nacional de Puerto Rico y, por extensión, con la literatura latinoamericana, es un asunto de crucial importancia, pero también bastante complejo. Precisamente la característica que distingue la expresión Nuyorican de otras literaturas de minoría es que funde dos literaturas nacionales y dos perspectivas hemisféricas distintas. En todo caso, los años de toma de conciencia cultural y política a finales de la década del 60 generaron una práctica literaria activa entre los puertorriqueños nacidos y criados en Estados Unidos, quienes se las han arreglado para ventilar una problemática y un lenguaje característico con un mínimo de apoyo institucional o infraestructural.
El interés crítico e histórico en esa nueva literatura también ha crecido. Así lo evidencia una serie de artículos en revistas e introducciones de antologías que, aunque desparramadas, han proporcionado algunos contextos y acercamientos útiles. Junto con críticos como Edna Acosta-Belén, Efraín Barradas, Frances Aparicio y John Miller, merece atención especial Wolfgang Binder, profesor de estudios americanos en la Universidad de Erlangen. Su enjundiosa obra sobre literatura puertorriqueña contemporánea se basa en un amplio conocimiento de los materiales y en cierto grado de familiaridad con muchos de los autores. Este tipo de estudio más profundo ha dejado claramente demostrado que la literatura puertorriqueña en Estados Unidos no naciósui generis a finales de la década del 60. Demuestra además que según lo que sucede con otras literaturas en desarrollo, no es posible medir su alcance, ni pueden ser explicadas, en términos de las normas vigentes de género, nivel de ficción, lenguaje o límites nacionales.
En 1982 apareció el primer libro sobre literatura puertorriqueña en Estados Unidos. Se trata de The Nuyorican Experience, de Eugene Mohr, profesor de inglés de la Universidad de Puerto Rico. La obra presenta una visión panorámica de muchas obras y autores, además de sugerir elementos para una posible cronología histórica.
Referencia
No fue hasta finales de la década de 1960, cuando emergieron en el panorama de la literatura estadounidense, voces característicamente “Nuyorican”, que se comenzó hablar de una literatura puertorriqueña emanada de la vida en este país. Se asumía que estos recién llegados, muchos de los cuales carecían de las destrezas básicas de la alfabetización en español o en inglés, estaban todavía inmersos en el síndrome del emigrante. Peor aún, se pensaba que estarían languideciendo en lo que Oscar Lewis llamó la “cultura de la pobreza”. Pero en libros como el de Piri Thomas, Down These Mean Streets (1967) y el de Pedro Pietri, Puerto Rican Obituary (1973), surgió una literatura de puertorriqueños en inglés que estaba decididamente en--y contra--la corriente estadounidense.
Este ímpetu inicial se ha convertido desde entonces en un movimiento literario coherente y variado, de manera que desde la pasada década las obras de los llamados escritores nuyorican son una corriente identificable en la literatura estadounidense. El hecho de que este movimiento esté relacionado con la literatura nacional de Puerto Rico y, por extensión, con la literatura latinoamericana, es un asunto de crucial importancia, pero también bastante complejo. Precisamente la característica que distingue la expresión Nuyorican de otras literaturas de minoría es que funde dos literaturas nacionales y dos perspectivas hemisféricas distintas. En todo caso, los años de toma de conciencia cultural y política a finales de la década del 60 generaron una práctica literaria activa entre los puertorriqueños nacidos y criados en Estados Unidos, quienes se las han arreglado para ventilar una problemática y un lenguaje característico con un mínimo de apoyo institucional o infraestructural.
El interés crítico e histórico en esa nueva literatura también ha crecido. Así lo evidencia una serie de artículos en revistas e introducciones de antologías que, aunque desparramadas, han proporcionado algunos contextos y acercamientos útiles. Junto con críticos como Edna Acosta-Belén, Efraín Barradas, Frances Aparicio y John Miller, merece atención especial Wolfgang Binder, profesor de estudios americanos en la Universidad de Erlangen. Su enjundiosa obra sobre literatura puertorriqueña contemporánea se basa en un amplio conocimiento de los materiales y en cierto grado de familiaridad con muchos de los autores. Este tipo de estudio más profundo ha dejado claramente demostrado que la literatura puertorriqueña en Estados Unidos no naciósui generis a finales de la década del 60. Demuestra además que según lo que sucede con otras literaturas en desarrollo, no es posible medir su alcance, ni pueden ser explicadas, en términos de las normas vigentes de género, nivel de ficción, lenguaje o límites nacionales.
En 1982 apareció el primer libro sobre literatura puertorriqueña en Estados Unidos. Se trata de The Nuyorican Experience, de Eugene Mohr, profesor de inglés de la Universidad de Puerto Rico. La obra presenta una visión panorámica de muchas obras y autores, además de sugerir elementos para una posible cronología histórica.
Referencia
7 mar 2013
Primera etapa
Escritos de los emigrantes pioneros
Los primeros puertorriqueños que escribieron sobre la vida en Estados Unidos fueron exiliados políticos de la lucha de independencia contra España, quienes vinieron a Nueva York en las últimas décadas del siglo XIX para escapar de las autoridades coloniales. Algunos de los más prominentes líderes intelectuales y revolucionarios, tales como Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Lola Rodríguez de Tió y Sotero Figueroa, pasaron temporadas en Nueva York, donde junto a otros compañeros exiliados de Cuba trazaron la ruta para liberar a sus respectivos países del régimen español. Los nobles ideales de “unidad antillana” encontraron expresión concreta en la fundación del Partido Revolucionario Cubano-Puertorriqueño bajo el liderato del patriota cubano José Martí. Esta comunidad temprana se componía mayormente de la élite radical patriota, pero aun entonces había una base sólida de artesanos y trabajadores, quienes apoyaron las actividades organizacionales. Merece destacarse el hecho de que Arturo Alfonso Schomburg fue uno de esos primeros emigrantes puertorriqueños que se establecieron en Nueva York, donde ayudó a fundar el Club Dos Antillas y pasó a ser posteriormente un experto en todo lo relacionado con la experiencia africana.
Los escritos que contienen los testimonios y las impresiones sobre estos años en Nueva York están dispersos en diarios, correspondencia y a menudo en los periódicos revolucionarios de corta duración. Quizás el texto más extenso y revelador que se haya descubierto hasta la fecha es el artículo personal del poeta puertorriqueño y mártir revolucionario Francisco Gonzalo Marín. “Pachín” Marín, un tipógrafo de profesión que murió combatiendo en las montañas de Cuba, es una figura prominente en la historia de la poesía puertorriqueña. En “Nueva York por dentro: Una faz de su vida bohemia” nos ofrece una aguda reflexión crítica sobre Nueva York, según la experiencia de un emigrante puertorriqueño, indigente pero esperanzado.
Escritos como los de “Pachín” Marín y algunos pasajes de los diarios y la correspondencia de Hostos y otros escritores demuestran una gran capacidad profética a juzgar por el desarrollo histórico y literario que se dio posteriormente. En términos de ensayar una historia de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos ellos aportaron una perspectiva de valor incalculable y una visión anticipada de los acontecimientos del 1898. Cuando se leen junto a los ensayos y viñetas de José Martí en Nueva York y en Estados Unidos, estos materiales revelan la visión que tenían sobre la sociedad estadounidense en aquellos tiempos, estos escritores e intelectuales caribeños. Mohr fija los orígenes de la experiencia nuyorican en la llegada de Bernardo Vega a Nueva York en el 1916, según éste lo relata en el primer capítulo de sus memorias. Memorias de Bemardo Vega es un punto de partida lógico, puesto que es una crónica de la comunidad puertorriqueña desde los orígenes más lejanos, pero el libro se escribió a finales de la década de 1940 y no se publicó hasta el 1977. (La traducción al inglés apareció en 1984). A pesar de la publicación tardía del libro, no hay duda de que Bernardo Vega fue uno de los pioneros; él y su obra representan el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial (1917-1945). Fue testigo del crecimiento y la consolidación de la comunidad emigrante, luego de que se le impusiera la ciudadanía a los puertorriqueños en 1917 mediante la Ley Jones y antes de la emigración masiva de 1945.
En contraste con los exiliados políticos y con otros visitantes temporeros u ocasionales a Nueva York, Bernardo Vega era, en palabras de Mohr, un “proto-Nuyorican”. Es decir, aunque regresó a Puerto Rico eventualmente, ya de edad avanzada, y vivió allí desde fines de la década del 50 hasta su muerte en los años 60, Vega fue de los primeros puertorriqueños que escribió sobre Nueva York como alguien que había venido para quedarse.
La literatura puertorriqueña de esta primera etapa exhibió muchas de las características de la literatura de emigrantes a medida que la comunidad, relativamente pequeña todavía, se iba asemejando a los grupos emigrantes anteriores en cuanto a estatus social, esperanzas de progresar y participación cívica. Los escritos que se publicaban eran básicamente de tipo periodístico y autobiográfico: viñetas personales y anecdóticas, chistes y relatos que aparecían en los muchos periódicos y revistas en español que surgieron y murieron a través de los años. Es una literatura testimonial y en primera persona; los recién llegados describen en su lengua materna, los cambios abruptos y los primeros ajustes en el nuevo medio según los van padeciendo.
Sin embargo, en aquel entonces era difícil establecer una analogía con la experiencia del emigrante europeo. La diferencia más importante que ha condicionado esta migración y su proceso de establecerse en la metrópoli es la continuada relación colonial entre Puerto Rico y Estados Unidos. Los puertorriqueños llegaron a Estados Unidos como extranjeros nacionales–un hecho que la ciudadanía estadounidense tiende a oscurecer–. La literatura testimonial y periodística de ese primer periodo es evidencia de que los puertorriqueños que entraban a Estados Unidos, incluso los más deslumbrados por la ilusión del éxito y la fortuna, tendían a estar concientes del estatus discordante y poco ventajoso de Puerto Rico.
Por esa razón la preocupación por la patria y el apego a las tradiciones y a la cultura nacional permanecieron muy vigentes, del mismo modo que también perduró su sentido de vulnerabilidad social en Estados Unidos. El discrimen de que eran víctimas los recién llegados se agudizó por el prejuicio racial y cultural, según lo señala en forma conmovedora el escritor puertorriqueño negroy líder político Jesús Colón, en su libro de viñetas autobiográficas de esas primeras décadas titulado A Puerto Rican in New York(1961). En esos dos sentidos–sus fuertes raíces dentro de una herencia cultural definida y, la necesidad de mantenerse alertas para resistir la desigualdad social la escritura puertorriqueña en Estados Unidos debe leerse, aún en esta primera etapa testimonial, como una literatura colonial. Su compleja problemática la acerca más a la literatura minoritaria de grupos oprimidos que a los objetivos y la práctica literaria de los emigrantes étnicos.
Referencia
Los primeros puertorriqueños que escribieron sobre la vida en Estados Unidos fueron exiliados políticos de la lucha de independencia contra España, quienes vinieron a Nueva York en las últimas décadas del siglo XIX para escapar de las autoridades coloniales. Algunos de los más prominentes líderes intelectuales y revolucionarios, tales como Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Lola Rodríguez de Tió y Sotero Figueroa, pasaron temporadas en Nueva York, donde junto a otros compañeros exiliados de Cuba trazaron la ruta para liberar a sus respectivos países del régimen español. Los nobles ideales de “unidad antillana” encontraron expresión concreta en la fundación del Partido Revolucionario Cubano-Puertorriqueño bajo el liderato del patriota cubano José Martí. Esta comunidad temprana se componía mayormente de la élite radical patriota, pero aun entonces había una base sólida de artesanos y trabajadores, quienes apoyaron las actividades organizacionales. Merece destacarse el hecho de que Arturo Alfonso Schomburg fue uno de esos primeros emigrantes puertorriqueños que se establecieron en Nueva York, donde ayudó a fundar el Club Dos Antillas y pasó a ser posteriormente un experto en todo lo relacionado con la experiencia africana.
Los escritos que contienen los testimonios y las impresiones sobre estos años en Nueva York están dispersos en diarios, correspondencia y a menudo en los periódicos revolucionarios de corta duración. Quizás el texto más extenso y revelador que se haya descubierto hasta la fecha es el artículo personal del poeta puertorriqueño y mártir revolucionario Francisco Gonzalo Marín. “Pachín” Marín, un tipógrafo de profesión que murió combatiendo en las montañas de Cuba, es una figura prominente en la historia de la poesía puertorriqueña. En “Nueva York por dentro: Una faz de su vida bohemia” nos ofrece una aguda reflexión crítica sobre Nueva York, según la experiencia de un emigrante puertorriqueño, indigente pero esperanzado.
Escritos como los de “Pachín” Marín y algunos pasajes de los diarios y la correspondencia de Hostos y otros escritores demuestran una gran capacidad profética a juzgar por el desarrollo histórico y literario que se dio posteriormente. En términos de ensayar una historia de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos ellos aportaron una perspectiva de valor incalculable y una visión anticipada de los acontecimientos del 1898. Cuando se leen junto a los ensayos y viñetas de José Martí en Nueva York y en Estados Unidos, estos materiales revelan la visión que tenían sobre la sociedad estadounidense en aquellos tiempos, estos escritores e intelectuales caribeños. Mohr fija los orígenes de la experiencia nuyorican en la llegada de Bernardo Vega a Nueva York en el 1916, según éste lo relata en el primer capítulo de sus memorias. Memorias de Bemardo Vega es un punto de partida lógico, puesto que es una crónica de la comunidad puertorriqueña desde los orígenes más lejanos, pero el libro se escribió a finales de la década de 1940 y no se publicó hasta el 1977. (La traducción al inglés apareció en 1984). A pesar de la publicación tardía del libro, no hay duda de que Bernardo Vega fue uno de los pioneros; él y su obra representan el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial (1917-1945). Fue testigo del crecimiento y la consolidación de la comunidad emigrante, luego de que se le impusiera la ciudadanía a los puertorriqueños en 1917 mediante la Ley Jones y antes de la emigración masiva de 1945.
En contraste con los exiliados políticos y con otros visitantes temporeros u ocasionales a Nueva York, Bernardo Vega era, en palabras de Mohr, un “proto-Nuyorican”. Es decir, aunque regresó a Puerto Rico eventualmente, ya de edad avanzada, y vivió allí desde fines de la década del 50 hasta su muerte en los años 60, Vega fue de los primeros puertorriqueños que escribió sobre Nueva York como alguien que había venido para quedarse.
La literatura puertorriqueña de esta primera etapa exhibió muchas de las características de la literatura de emigrantes a medida que la comunidad, relativamente pequeña todavía, se iba asemejando a los grupos emigrantes anteriores en cuanto a estatus social, esperanzas de progresar y participación cívica. Los escritos que se publicaban eran básicamente de tipo periodístico y autobiográfico: viñetas personales y anecdóticas, chistes y relatos que aparecían en los muchos periódicos y revistas en español que surgieron y murieron a través de los años. Es una literatura testimonial y en primera persona; los recién llegados describen en su lengua materna, los cambios abruptos y los primeros ajustes en el nuevo medio según los van padeciendo.
Sin embargo, en aquel entonces era difícil establecer una analogía con la experiencia del emigrante europeo. La diferencia más importante que ha condicionado esta migración y su proceso de establecerse en la metrópoli es la continuada relación colonial entre Puerto Rico y Estados Unidos. Los puertorriqueños llegaron a Estados Unidos como extranjeros nacionales–un hecho que la ciudadanía estadounidense tiende a oscurecer–. La literatura testimonial y periodística de ese primer periodo es evidencia de que los puertorriqueños que entraban a Estados Unidos, incluso los más deslumbrados por la ilusión del éxito y la fortuna, tendían a estar concientes del estatus discordante y poco ventajoso de Puerto Rico.
Por esa razón la preocupación por la patria y el apego a las tradiciones y a la cultura nacional permanecieron muy vigentes, del mismo modo que también perduró su sentido de vulnerabilidad social en Estados Unidos. El discrimen de que eran víctimas los recién llegados se agudizó por el prejuicio racial y cultural, según lo señala en forma conmovedora el escritor puertorriqueño negroy líder político Jesús Colón, en su libro de viñetas autobiográficas de esas primeras décadas titulado A Puerto Rican in New York(1961). En esos dos sentidos–sus fuertes raíces dentro de una herencia cultural definida y, la necesidad de mantenerse alertas para resistir la desigualdad social la escritura puertorriqueña en Estados Unidos debe leerse, aún en esta primera etapa testimonial, como una literatura colonial. Su compleja problemática la acerca más a la literatura minoritaria de grupos oprimidos que a los objetivos y la práctica literaria de los emigrantes étnicos.
Referencia
6 mar 2013
Segunda etapa
Las décadas de 1950 y 60
Las dos décadas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial fueron testigos de la industrialización rápida de Puerto Rico bajo el programa Manos a la Obra y cientos de miles de trabajadores puertorriqueños emigraron a Nueva York y a otras ciudades de Estados Unidos. La avalancha de familias recién llegadas, que componían una parte significativa del proletariado agrícola del país, cambió drásticamente el carácter de la comunidad emigrante puertorriqueña y la distanció aún más de las inmigraciones anteriores que Estados Unidos había conocido. El llamado“problema puertorriqueño” cobró una importancia como nunca antes para la sociedad estadounidense oficial, junto con los problemas de drogadicción, criminalidad y la penetración de las fuerzas del crimen en los atestados vecindarios puertorriqueños que ya existían. Esta explosiva situación fue la que trató de suavizar West Side Story, obra escrita y puesta en escena a mediados de la década del 50. Lamentablemente la obra tuvo el efecto contrario al reforzar algunos de los estereotipos más arraigados en la cultura dominante. Hay que decir lo mismo del libro La vida (1965), de Oscar Lewis y su negativa percepción de la cultura de la pobreza.
Fue en esta época y por estas mismas condiciones que la emigración y la comunidad de emigrantes puertorriqueños en Estados Unidos llegaron a convertirse en temas básicos de la literatura nacional puertorriqueña. Para mediados de siglo, a tono con el cambio de enfoque más general de lo rural hacia lo urbano, la atención de los escritores de la Isla se concentró en la realidad de la emigración masiva y del barrio de emigrantes. Muchos autores como René Marqués, Enrique Laguerre, José Luis González y Emilio Díaz Valcárcel vinieron acá durante esos años para observar la situación de cerca, mientras que un escritor que años más tarde se identificó con la literatura de la Isla como Pedro Juan Soto, padeció directamente la experiencia de la emigración. El resultado fue una profusión de obras de narrativa y de teatro, todas publicadas en la década del 50 y los primeros años del 60, algunas de las cuales se consideran todavía como representaciones fundamentales de la vida puertorriqueña en Estados Unidos.
A pesar del mérito artístico innegable de estas obras-se destacan los cuentos de José Luis González, Spiks de Pedro Juan Soto, y por razones históricas La carreta, de René Marqués que es claramente una literatura sobre los puertorriqueños en Estados Unidos más que de la comunidad puertorriqueña en EE.UU. Pero a pesar de los problemas señalados esas “perspectivas desde una isla” siguen siendo con todo derecho algunas de las obras mejor conocidas de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos y la postura crítica de sus autores generalmente refuerza su impacto literario. La penosa situación de los puertorriqueños que han vivido en Estados Unidos se la atribuyen al estatus colonial de Puerto Rico en su mayoría, sin olvidar el prejuicio racial y la diferencia climática e idomática.
Durante la década del 50 también existió una “visión desde adentro” de la comunidad puertorriqueña; una literatura mucho menos conocida, escrita por los puertorriqueños que siempre estuvieron en EE.UU y quienes, con cariño o sin él, consideraban el Barrio como su hogar. Bernardo Vega y Jesús Colón en las Memorias y A Puerto Rican in New York relatan la llegada y la radicalización de los puertorriqueños a través de las décadas. También había un número de poetas puertorriqueños que vivía hacía tiempo en la ciudad de Nueva York y que para los años 50 comenzó a considerarse como una voz distinta dentro de la poesía nacional. Entre éstos se encontraban Juan Avilés, Emilio Delgado, Clemente Soto Vélez, Pedro Carrasquillo, Jorge Brandon y José Dávila Semprit. Julia de Burgos, considerada por muchos la principal poeta de Puerto Rico, también integró este grupo para los años 40. El poco material que hay disponible demuestra que se trataba de una poesía convencional en el idioma español con poca referencia a la emigración o a la vida en Nueva York y mucho menos precursora de la compleja situación bilingüe de la generación que le siguió. Mientras tanto es importante mencionar a Pedro Carrasquillo por sus décimas populares sobre un jíbaro en Nueva York, a Dávila Semprit por su vigorosa poesía política y a Soto Vélez y a Brandon por el ejemplo que le dieron a tantos poetas jóvenes.
Quizás el mejor ejemplo de literatura escrita desde dentro de la comunidad a mediados de siglo lo constituye la novela Trópico en Manhattan (1960) de Guillermo Cotto-Thorner. Es impresionante el contraste con los autores de la Isla en cuanto a la forma de abordar la experiencia del emigrante. La descripción del choque inicial producido por la llegada y las adaptaciones al nuevo medio hacen que la novela cobre profundidad histórica. Al contexto interpersonal y social más elaborado se le añaden los traumas y las tribulaciones personales. La prueba de la inmersión del autor en la comunidad y de su compromiso con ésta la constituye el lenguaje. El español de Trópico en Manhattan está salpicado con neologismos de varios tipos, especialmente en algunos diálogos, y al final del libro se añade un glosario que comprende lo que Cotto-Thorner llama “Neorkismos”
El contraste entre las visiones de los observadores y los que participan en la creación de la literatura puertorriqueña de este periodo no se refleja tanto en la calidad literaria, como en el desarrollo histórico de la obra de los escritores. Una novela comoTrópico en Manhattan puede que no supere en calidad los cuentos de José Luis González y Pedro Juan Soto, pero revela con mayor propiedad y precisión las contradicciones sociales dentro de la comunidad y provee un sentido de proceso y duración épica. En términos de historia literaria esa novela relativamente desconocida, con su temprana sensibilidad hacia los “Neorkismos”, puede prefigurar más acertadamente la voz y el punto de vista Nuyorican que lo que pudiera hacerlo La carreta, o incluso, Spiks.
Jaime Carrero es otro autor isleño de transición durante el periodo 1945-65 quien también intenta establecer que el contraste entre los de afuera y los de adentro tiene que ver más con su perspectiva cultural que con el lugar donde residen. Carrero, cuyo volumen de poesía bilingüe Jet Neorriqueño: Neo-Rican Jet Liner (1964) anticipó la llegada de la literatura Nuyorican en Nueva York es residente de la Isla y ha estado en Nueva York de visita y para hacer estudios universitarios. Como señala Eugene Mohr, lo que separa a Carrero de otros escritores de la Isla es “el continuado interés en el problema colonial y su adhesión al punto de vista nuyorriqueño”.
Referencia
Las dos décadas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial fueron testigos de la industrialización rápida de Puerto Rico bajo el programa Manos a la Obra y cientos de miles de trabajadores puertorriqueños emigraron a Nueva York y a otras ciudades de Estados Unidos. La avalancha de familias recién llegadas, que componían una parte significativa del proletariado agrícola del país, cambió drásticamente el carácter de la comunidad emigrante puertorriqueña y la distanció aún más de las inmigraciones anteriores que Estados Unidos había conocido. El llamado“problema puertorriqueño” cobró una importancia como nunca antes para la sociedad estadounidense oficial, junto con los problemas de drogadicción, criminalidad y la penetración de las fuerzas del crimen en los atestados vecindarios puertorriqueños que ya existían. Esta explosiva situación fue la que trató de suavizar West Side Story, obra escrita y puesta en escena a mediados de la década del 50. Lamentablemente la obra tuvo el efecto contrario al reforzar algunos de los estereotipos más arraigados en la cultura dominante. Hay que decir lo mismo del libro La vida (1965), de Oscar Lewis y su negativa percepción de la cultura de la pobreza.
Fue en esta época y por estas mismas condiciones que la emigración y la comunidad de emigrantes puertorriqueños en Estados Unidos llegaron a convertirse en temas básicos de la literatura nacional puertorriqueña. Para mediados de siglo, a tono con el cambio de enfoque más general de lo rural hacia lo urbano, la atención de los escritores de la Isla se concentró en la realidad de la emigración masiva y del barrio de emigrantes. Muchos autores como René Marqués, Enrique Laguerre, José Luis González y Emilio Díaz Valcárcel vinieron acá durante esos años para observar la situación de cerca, mientras que un escritor que años más tarde se identificó con la literatura de la Isla como Pedro Juan Soto, padeció directamente la experiencia de la emigración. El resultado fue una profusión de obras de narrativa y de teatro, todas publicadas en la década del 50 y los primeros años del 60, algunas de las cuales se consideran todavía como representaciones fundamentales de la vida puertorriqueña en Estados Unidos.
A pesar del mérito artístico innegable de estas obras-se destacan los cuentos de José Luis González, Spiks de Pedro Juan Soto, y por razones históricas La carreta, de René Marqués que es claramente una literatura sobre los puertorriqueños en Estados Unidos más que de la comunidad puertorriqueña en EE.UU. Pero a pesar de los problemas señalados esas “perspectivas desde una isla” siguen siendo con todo derecho algunas de las obras mejor conocidas de la literatura puertorriqueña en Estados Unidos y la postura crítica de sus autores generalmente refuerza su impacto literario. La penosa situación de los puertorriqueños que han vivido en Estados Unidos se la atribuyen al estatus colonial de Puerto Rico en su mayoría, sin olvidar el prejuicio racial y la diferencia climática e idomática.
Durante la década del 50 también existió una “visión desde adentro” de la comunidad puertorriqueña; una literatura mucho menos conocida, escrita por los puertorriqueños que siempre estuvieron en EE.UU y quienes, con cariño o sin él, consideraban el Barrio como su hogar. Bernardo Vega y Jesús Colón en las Memorias y A Puerto Rican in New York relatan la llegada y la radicalización de los puertorriqueños a través de las décadas. También había un número de poetas puertorriqueños que vivía hacía tiempo en la ciudad de Nueva York y que para los años 50 comenzó a considerarse como una voz distinta dentro de la poesía nacional. Entre éstos se encontraban Juan Avilés, Emilio Delgado, Clemente Soto Vélez, Pedro Carrasquillo, Jorge Brandon y José Dávila Semprit. Julia de Burgos, considerada por muchos la principal poeta de Puerto Rico, también integró este grupo para los años 40. El poco material que hay disponible demuestra que se trataba de una poesía convencional en el idioma español con poca referencia a la emigración o a la vida en Nueva York y mucho menos precursora de la compleja situación bilingüe de la generación que le siguió. Mientras tanto es importante mencionar a Pedro Carrasquillo por sus décimas populares sobre un jíbaro en Nueva York, a Dávila Semprit por su vigorosa poesía política y a Soto Vélez y a Brandon por el ejemplo que le dieron a tantos poetas jóvenes.
Quizás el mejor ejemplo de literatura escrita desde dentro de la comunidad a mediados de siglo lo constituye la novela Trópico en Manhattan (1960) de Guillermo Cotto-Thorner. Es impresionante el contraste con los autores de la Isla en cuanto a la forma de abordar la experiencia del emigrante. La descripción del choque inicial producido por la llegada y las adaptaciones al nuevo medio hacen que la novela cobre profundidad histórica. Al contexto interpersonal y social más elaborado se le añaden los traumas y las tribulaciones personales. La prueba de la inmersión del autor en la comunidad y de su compromiso con ésta la constituye el lenguaje. El español de Trópico en Manhattan está salpicado con neologismos de varios tipos, especialmente en algunos diálogos, y al final del libro se añade un glosario que comprende lo que Cotto-Thorner llama “Neorkismos”
El contraste entre las visiones de los observadores y los que participan en la creación de la literatura puertorriqueña de este periodo no se refleja tanto en la calidad literaria, como en el desarrollo histórico de la obra de los escritores. Una novela comoTrópico en Manhattan puede que no supere en calidad los cuentos de José Luis González y Pedro Juan Soto, pero revela con mayor propiedad y precisión las contradicciones sociales dentro de la comunidad y provee un sentido de proceso y duración épica. En términos de historia literaria esa novela relativamente desconocida, con su temprana sensibilidad hacia los “Neorkismos”, puede prefigurar más acertadamente la voz y el punto de vista Nuyorican que lo que pudiera hacerlo La carreta, o incluso, Spiks.
Jaime Carrero es otro autor isleño de transición durante el periodo 1945-65 quien también intenta establecer que el contraste entre los de afuera y los de adentro tiene que ver más con su perspectiva cultural que con el lugar donde residen. Carrero, cuyo volumen de poesía bilingüe Jet Neorriqueño: Neo-Rican Jet Liner (1964) anticipó la llegada de la literatura Nuyorican en Nueva York es residente de la Isla y ha estado en Nueva York de visita y para hacer estudios universitarios. Como señala Eugene Mohr, lo que separa a Carrero de otros escritores de la Isla es “el continuado interés en el problema colonial y su adhesión al punto de vista nuyorriqueño”.
Referencia
5 mar 2013
Tercera etapa
Los escritores Nuyorican
La tercera etapa de la literatura puertorriqueña entre los emigrantes, es la nuyorican; ésta surgió sin referencia directa de la literatura de las dos etapas anteriores. Sin embargo, a pesar de esta aparente desconexión, la expresión creativa nuyorican enlaza efectivamente la “pionera” literatura testimonial y el tratamiento ficcional imaginativo de los escritores del 50 y del 60. Esta combinación de estilos autobiográficos e imaginativos para describir la comunidad quizás se percibe mejor en la prosa-ficción de Down These Mean Streets (1967), de Piri Thomas. Nilda (1973), de Nicholasa Mohr y Family Installments (1983), de Edward Rivera están más cercanos a la novela testimonial que a cualquier otro género dentro de “la visión de una isla”.
Este sentido de culminación y de síntesis de las etapas anteriores es indicativo de que con la obra de los escritores nuyorican, la comunidad puertorriqueña en Estados Unidos ha logrado una forma de expresión literaria propia. La característica más obvia de esta nueva literatura es su lenguaje: el cambio del español al inglés y la escritura bilingüe. En un sentido cultural amplio, este cambio de lenguaje no debe entenderse como una señal de asimilación. Según indica el contenido de la literatura, el uso del inglés describe la realidad de que “estamos aquí” y no necesariamente que a uno le complazca ese hecho o que haya un sentido de pertenencia.
En la actualidad, el periodo nuyorican de la literatura puertorriqueña va camino a desarrollar su propia historia. El temor sensacionalista del primer arranque ha dado paso a una preocupación mayor por el trajín cotidiano del pueblo trabajador. La creciente diversidad de temas y la sofisticación del movimiento se evidencia con el surgimiento de mujeres escritoras y perspectivas femeninas en obras tales como Yerba Buena (1980) y Bluestown Mockingbird Mambo (1990) de Sandra María Esteves y Rituals of Surviva1 (1985) de Nicholasa Mohr, y con la aparición de escritores en otros lugares de Estados Unidos.
El uso de un campo literario bilingüe también tiene importancia clave, porque en la literatura, igual que en la comunidad, el cambio de español a inglés no se da en forma completa o natural, como tampoco representa una manifestación de acomodo cultural. Para todos los escritores jóvenes el español sigue siendo una lengua-cultura- raíz, aunque no se use, y algunos, como Tato Laviera, demuestran en sus escritos un completo dominio de ambos idiomas. Sigue existiendo, además, una literatura en español realizada por los puertorriqueños que viven en EE.UU, algunos de los cuales alternan sus preocupaciones y estilos nuyorican con los de la literatura contemporánea en la Isla. Escritores como Iván Silén y Víctor Fragoso igual que Jaime Carrero y Guillermo Cotto-Thorner han sido puentes importantes entre los dos polos del lenguaje de la escritura puertorriqueña actual.
De ese modo, antes que abandonar uno de los idiomas en favor de otro, la literatura puertorriqueña en Estados Unidos exhibe en la actualidad toda la gama del uso bilingüe e inter-lingüe. Según ocurre con la literatura mexicoamericana y otras literaturas de minorías, no pueden ser entendidas ni valoradas a base de una visión estricta de lo que es literatura “estadounidense”. Las mejores muestras de literatura nuyorican requieren conocimiento de español y de inglés, pero no por eso dejan de formar parte de la literatura estadounidense o puertorriqueña. Y la selección e inclusividad de un lenguaje literario es solo un aspecto de un proceso más amplio de interacción cultural entre los puertorriqueños y las demás nacionalidades con las que ellos interactúan en Estados Unidos.
En su etapa nuyorican, la literatura puertorriqueña en Estados Unidos comparte las características de literatura de “minoría” no canónica. Igual que éstas, es una literatura de rescate y de afirmación colectiva; es decir, de interacción e intercambio, de “mezclar y compartir”, con las culturas vecinas y complementarias. Después de todo, ¿qué fuente puede ser más poderosa para el surgimiento de una literatura nuyorican que la literatura afroamericana y la cultura política? Y, ¿qué contexto puede ser más comparable que la expresión literaria chicana del mismo periodo?
Referencia
La tercera etapa de la literatura puertorriqueña entre los emigrantes, es la nuyorican; ésta surgió sin referencia directa de la literatura de las dos etapas anteriores. Sin embargo, a pesar de esta aparente desconexión, la expresión creativa nuyorican enlaza efectivamente la “pionera” literatura testimonial y el tratamiento ficcional imaginativo de los escritores del 50 y del 60. Esta combinación de estilos autobiográficos e imaginativos para describir la comunidad quizás se percibe mejor en la prosa-ficción de Down These Mean Streets (1967), de Piri Thomas. Nilda (1973), de Nicholasa Mohr y Family Installments (1983), de Edward Rivera están más cercanos a la novela testimonial que a cualquier otro género dentro de “la visión de una isla”.
Este sentido de culminación y de síntesis de las etapas anteriores es indicativo de que con la obra de los escritores nuyorican, la comunidad puertorriqueña en Estados Unidos ha logrado una forma de expresión literaria propia. La característica más obvia de esta nueva literatura es su lenguaje: el cambio del español al inglés y la escritura bilingüe. En un sentido cultural amplio, este cambio de lenguaje no debe entenderse como una señal de asimilación. Según indica el contenido de la literatura, el uso del inglés describe la realidad de que “estamos aquí” y no necesariamente que a uno le complazca ese hecho o que haya un sentido de pertenencia.
En la actualidad, el periodo nuyorican de la literatura puertorriqueña va camino a desarrollar su propia historia. El temor sensacionalista del primer arranque ha dado paso a una preocupación mayor por el trajín cotidiano del pueblo trabajador. La creciente diversidad de temas y la sofisticación del movimiento se evidencia con el surgimiento de mujeres escritoras y perspectivas femeninas en obras tales como Yerba Buena (1980) y Bluestown Mockingbird Mambo (1990) de Sandra María Esteves y Rituals of Surviva1 (1985) de Nicholasa Mohr, y con la aparición de escritores en otros lugares de Estados Unidos.
El uso de un campo literario bilingüe también tiene importancia clave, porque en la literatura, igual que en la comunidad, el cambio de español a inglés no se da en forma completa o natural, como tampoco representa una manifestación de acomodo cultural. Para todos los escritores jóvenes el español sigue siendo una lengua-cultura- raíz, aunque no se use, y algunos, como Tato Laviera, demuestran en sus escritos un completo dominio de ambos idiomas. Sigue existiendo, además, una literatura en español realizada por los puertorriqueños que viven en EE.UU, algunos de los cuales alternan sus preocupaciones y estilos nuyorican con los de la literatura contemporánea en la Isla. Escritores como Iván Silén y Víctor Fragoso igual que Jaime Carrero y Guillermo Cotto-Thorner han sido puentes importantes entre los dos polos del lenguaje de la escritura puertorriqueña actual.
De ese modo, antes que abandonar uno de los idiomas en favor de otro, la literatura puertorriqueña en Estados Unidos exhibe en la actualidad toda la gama del uso bilingüe e inter-lingüe. Según ocurre con la literatura mexicoamericana y otras literaturas de minorías, no pueden ser entendidas ni valoradas a base de una visión estricta de lo que es literatura “estadounidense”. Las mejores muestras de literatura nuyorican requieren conocimiento de español y de inglés, pero no por eso dejan de formar parte de la literatura estadounidense o puertorriqueña. Y la selección e inclusividad de un lenguaje literario es solo un aspecto de un proceso más amplio de interacción cultural entre los puertorriqueños y las demás nacionalidades con las que ellos interactúan en Estados Unidos.
En su etapa nuyorican, la literatura puertorriqueña en Estados Unidos comparte las características de literatura de “minoría” no canónica. Igual que éstas, es una literatura de rescate y de afirmación colectiva; es decir, de interacción e intercambio, de “mezclar y compartir”, con las culturas vecinas y complementarias. Después de todo, ¿qué fuente puede ser más poderosa para el surgimiento de una literatura nuyorican que la literatura afroamericana y la cultura política? Y, ¿qué contexto puede ser más comparable que la expresión literaria chicana del mismo periodo?
Referencia
4 mar 2013
Bernardo Vega
Bernardo Vega nació en el pueblo de Cayey, región tabaquera de Puerto Rico a principios del siglo XX. Desde joven estuvo rodeado de una cultura socialista que permeaba el mundo artesanal de los tabaqueros, uno de los sectores mas ilustrados de la clase obrera. Cuando Vega llega a la metrópoli neoyorquina en el 1916, encontró una comunidad puertorriqueña que aunque en ese momento solo alcanzaba un par de miles de personas ya estaba en proceso de crecimiento desde que se asentaron sus cimientos durante las ultimas décadas del siglo XlX. Vega llego a E.U. en una época en que un gran numero de tabaqueros puertorriqueños y cubanos encontraron una fuente de trabajo en lo mas de doscientos talleres y fabricas de tabaco que se habían establecido en la ciudad de Nueva York y en otras ciudades de ese país.
Vega en P.R. participó en algunas actividades del movimiento socialista. Desde principios del siglo XX estuvo a la cabecera de las luchas por los derechos de los trabajadores y combatió los abusos y las condiciones de explotación que prevalecían en las industrias del tabaco, azúcar y la aguja. Estas industrias estaban en su mayoría controladas por el capital absentista estadunidense el cual, desde poco después de la invasión estadunidense de 1898, comenzó a dominar la economía isleña. En Nueva York Vega siguió su colaboración con las actividades sociales y políticas al involucrarse en las luchas obreras y participar en el establecimiento de varias organizaciones comunitarias. También se dedico al periodismo en el 1927 al comprar el semanario obrero Gráfico (1926-1931). Este rotativo había sido iniciado un ano antes por un grupo de artesanos tabaqueros.
El periódico Gráfico, proclamo ser “defensor de la raza hispana” y fue una de varias publicaciones en español que promovieron la unidad entre los diversos grupos de origen latino que residían en la urbe neoyorquina, además de fomentar un sentido pan étnico del hispanismo. Vega trabajo como editor de Gráfico y también escribió artículos periodísticos en otros rotativos dirigidos a la comunidad hispanohablante, entre ellos, Liberación (1946- 1949), periódico fundado por exiliados de la Guerra Civil Española. La mayor parte de los escritos periodísticos de Vega todavía permanecen dispersos en varias de estas publicaciones.
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3 mar 2013
Guillermo Cotto Thorner
El periodo
de la diáspora puertorriqueña se caracterizó por dar luz a muchos escritores e
individuos que marcaron nuestra historia para siempre. En estos individuos se
encuentra el gran Guillermo Cotto Thorner, un brillante junqueño que viajó a
Nueva York en los años treinta para estudiar en la prestigiosa universidad de
Columbia. Luego de terminar los estudios, Guillermo se ordenó de ministro
bautista. Guillermo era conocido por sus trabajos con los hispanos que vivían
en las zonas de Milwaukee y Nueva York, como también por sus escritos
religiosos y artículos en periódicos protestantes. Cotto también se destacó por
sus ideales liberalistas e independistas los cuales expresaba a través de
artículos y reportajes. Escribió libros sobre temas religiosos, pero en lo que
mayormente es conocido es por relatar la vida del hispano en el nuevo ambiente
metropolitano. Su obra más famosa, y por lo que más bien es reconocido, se
titula “Trópico en Manhattan”. Esta trata sobre la migración del hispano hacia
la gran metrópolis y como este se adapta en un nuevo habitad y aprende a
sobrevivir.
Referencia
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2 mar 2013
Pedro Pietri
Pedro Pietri fue un escritor revolucionario
que encontró una manera de capturar las alegrías y las luchas de los
puertorriqueños que se mudaron a la ciudad de Nueva York con la esperanza de
una vida mejor, comúnmente conocida como Nuyoricans. Él encontró una manera
asombrosa a través de sus escritos para referirse a la vida de los latinos y
las latinas y utiliza un estilo de escritura única que combina el inglés con el
español.
Pedro Pietro nació en Ponce, Puerto Rico en
1944, y cuando tenía 3 años, su familia se mudó a Harlem, Nueva York. Su
familia fue muy pobre, vivía en una casa de vecindad y su padre lavaba platos en
un restaurante del Hotel de San Regis. Cuando Pedro era adolescente, empezó a
escribir poemas, y su tía Irene Rodríguez, lo inspiró porque ella recitaba
poemas con frecuencia al First Spanish United Methodist Church en Harlem (New
York Times). Durante los sesenta, Pedro sirvió en la guerra de Vietnam por dos
años, y cuando regresó a los Estados Unidos, era más liberal y contra la guerra
en Vietnam. Por eso, la Iglesia Metodista que asistió a durante su infancia,
ahora, fue su estrado publicó de su poema más famoso “Obituario
puertorriqueño”. Pedro recitó su poema famoso en 1969 cuando los Señores
Jóvenes tomaron el poder de la Iglesia. Este grupo activista político influyó a Pedro a luchar por los derechos humanos de inmigrantes latinos, la salud de latinos,
y luchó contra el SIDA. Finalmente, en 1973, su poema “Obiturario puertorriqueño”
fue publicado en el Monthly Review (The Monthly Review). Este poema era muy
importante en la comunidad puertorriqueña en los Estados Unidos y en Nueva
York. También, durante los
setenta, Pedro estableció un Café de Poetas Nuyoricans, un lugar donde
puertorriqueños podían recitar poemas políticos sobre la vida en Puerto Rico y
los Estados Unidos (New York Times). La mayoría de las obras de
Pedro Pietro tienen temas políticos y humorosos con comentarios sobre la vida. A través
de su vida, Pedro publicó más de 20 volúmenes de poemas, ensayos, y obras de
teatro. Desafortunadamente, Pedro Pietri murió a los 59 años de
cáncer del estomago el 3 de marzo de 2004.
Mi Abuela
Mi abuela
ha estado
en esta tienda por departamentos
llamada america
por los ultimos veinticinco años.
Ella tiene ochenta y cinco años de edad
y no habla siquiera
una palabra de inglés.
Eso es inteligencia
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